8 octubre 2021

“el pueblo que ignora su historia está condenado a repetirla”

Dice la historia que en la Antigüedad, la península ibérica la componían un puzle de tribus, equivalente a unas cien comunidades autónomas, unas más desarrolladas que otras y enemigas entre sí. Teníamos a los berones, autrigones, cántabros, astures, libiofenices, deitanos, lusitanos, ilergetes y así un sinfín de ellos aunque dos eran las facciones principales , los iberos y los celtas, eran aquellos tiempos en la que la población forestal de España era tan espectacular que se decía que una ardilla podría ir de árbol en árbol sin tocar suelo recorriendo enormes distancias.

Pueblos y tribus tenían sus propias costumbres. Desde los lusitanos que amasaban un pan con harina de bellota, hasta los bastetanos  que bailaban cogidos de la mano una especie de sardana, pasando por los cántabros que festejaban la ceremonia de la covada en la que el padre guardaba cama y fingía padecer dolores de parto mientras la parturienta seguía labrando. Entonces mandaban las mujeres, una ginecocracia que hoy algunas feministas también festejan, aunque Estrabón lo consideraba incivilizado.

Los astures tenían la higiénica costumbre de enjuagarse la boca y lavarse los dientes con orines rancios. Los celtíberos eran crueles con los delincuentes y con los enemigos, pero compasivos y honrados con los forasteros pacíficos. Los vacceos practicaban una especie de comunismo consistente en repartir cada año las tierras y las cosechas de acuerdo con las necesidades de cada familia.

España, mi querida I-shepham-im, es esa tierra de conejos que tantos avatares ha pasado en su historia, ese territorio que según Estrabón se parece a una piel de toro extendida. Fenicios,  iberos, celtas, cartagineses, romanos… todos supieron ver en España oportunidad de prosperar y por ello se disputaban territorios conforme a los usos de cada época.

Quinto Sertorio que se refugió en Hispania al llegar al poder de Roma el dictador Sila, encontraron en Sertorio, que era afable y tolerante, motivos de satisfacción en su gestión, acostumbrados los hispanos a padecer funcionarios romanos que aprovechaban el cargo para enriquecerse, pero su gestión fracasó y uno de sus colaboradores lo asesinó.

Excelentes ingenieros que desafiaban las dificultades técnicas del momento causaban admiración. El municipio romano era el ámbito en el que los romanos se ganaban a los votantes con comidas gratis, juegos de circo, haciendo fuentes y plazas y vías romanas para intercomunicar las ciudades. A partir del siglo III las autoridad central perdió fuerza y los emperadores quedaron sometidos al ejército que los nombraba o apartaba del poder. Al final el Imperio Romano desapareció.

De los bárbaros a los reyes que vivían peligrosamente, la monarquía visigoda era electiva. El rey gozaba de poder absoluto y se rodeaba de magnates y obispos a los que regalaba tierras; entre Iglesia y gobernantes se repartían las prebendas y el transcurrir de los tiempos no bajaron las expectativas de escaramuzas, guerras, invasiones. De todo esto algo se heredó.   

De la transición a la democracia , una vez muerto el dictador, se vinculó a la legitimidad de los nacionalismos (vasco y catalán); hoy la vertebración de España dista mucho de alcanzarse precisamente por la persistencia de grupos endogámicos que mantienen su cerrazón al igual que pasaba en la tribus en el origen de nuestra historia, aunque hoy digan que han aprendido a dialogar entre sí.

Todos los días contemplamos atónitos el espectáculo de las rivalidades y luchas hasta llegar al “y tu más” institucionalizado. Las tribus supieron ver el interés y la riqueza de España; hoy los partidos políticos (tribus modernizadas, aunque algunos de sus miembros sepan escasamente escribir) han sabido ver que tienen un interés común que no es otro que el de mantenerse ahí para seguir chupando de España, y curioso resulta que determinados gropúsculos detesten a este país que tan generosamente les acoge y les paga sus destructivos servicios. ¡Alguna vez se ha visto semejante paradoja!. Ortega llegó a decir que “la esencia del particularismo es que cada grupo  deja de sentirse a sí mismo como parte, y en consecuencia deja de compartir los sentimientos de los demás”.

Aparte dejaré esos otros marcos institucionales de referencia nacional como pueden ser el Ejército, la Justicia o la Iglesia, por citar algunos ejemplos, todos ellos caminan por sus propios derroteros pero sin estar aislados, existe intercomunicación. Caso contrario sucede con las Autonomías y este sí que es un ejemplo de desvertebración que lo da la propia palabra de autonomía que llevan como apellido las Comunidades.

Cada una de las Autonomías tienen su afán, que se debe, por principio, diferenciar de la de al lado, va en su ADN, parece como si por el hecho de que una Autonomía se asemeje a otra perdiera su identidad. España sigue siendo una suerte de tribus mal avenidas.

Nunca ha sido tarea fácil lidiar con Cataluña y el País Vasco. Los primeros con la independencia con la bandera del catalán y la inmersión lingüística, que significa un verdadero peligro para la lengua común del Estado, un disparate que gobiernos de todos los colores han consentido y con el problema, y digo problema, catalán con el que lo único que han hecho por arreglarlo ha sido la táctica de “la patada a seguir”. Los gobiernos, a sabiendas, han fomentado el fascismo catalán y el odio ideológico, de forma indolente e irresponsable; este gobierno que ahora padecemos creó una «Comisión de delitos de odio», que como observatorio con estrabismo tiene el valor que delatan sus actos.

Los segundos, esto es el País Vasco, ostentan el orgullo de la consolidación constitucional de sus privilegios y diferencias de las que presumen y se pavonean ante el resto de ciudadanos, un agravio y beligerancia permanente hacia todos los demás territorios; han sabido hacer de la excepcionalidad algo normal.  Lo que estudiamos como un territorio llamado Vascongadas es de un oportunismo que raya la desvergüenza que comenzó con el dictador y que continúa al día de hoy más y mejor.  

Estas dos Comunidades Autónomas aludidas son motivo de reflexión preocupante, porque algunos ciudadanos todavía no lo consideramos como “cosa juzgada”; lo único que recuerdan es la secesión, cuando se entendía por el resto de ciudadanos de España que era una cuestión superada, aunque en el fondo nunca los gobiernos en su conciencia -si es que la tienen- así lo entendieron, de ahí las prebendas y concesiones al más puro estilo medieval que alientan los nacionalismos con grave responsabilidad por parte de los políticos, responsabilidad real y no política -esta nunca sabré que es-  que no se pide a quien incurre en ella y mi voto es que se exija, se juzgue y se pague.

Los vientos que soplan hoy, año 2021, no son favorables para la vertebración de España. Un gobierno liderado por quien es el peor presidente de la democracia española, según las encuestas -no del CIS-, con ideas de ensoñación, egocéntrico y maquiavélico, no pueden caminar hacia la unión de España. España para los poderes públicos no es que sea el referente a alcanzar, ni es la seña de identidad, es la realidad de la inmensa mayoría de españoles que hay que tumbar, destrozar y hacerla desaparecer; entonces cada tribu se ocupará de conquistar una parte del territorio con los misiles apuntando a la tribu que está a su lado.

Llegados a este punto la racionalización de posturas sería lo lógico; el centralismo no existe como tal o pesa más bien poco; la España de la Autonomías es una realidad constitucional; esa autonomía real debiera ser bien entendida, pero somos españoles y en nuestra esencia está la discordia y sacar la pata del tiesto cada vez que llega la oportunidad y, al parecer, hay muchas ocasiones.

Hay una terrible sentencia que dice que “el pueblo que ignora su historia está condenado a repetirla”; no me estoy refiriendo a esa chaladura ofensiva y sectaria ideada por los llamados progresistas que la han bautizado como “Memoria Histórica”, que lo único que rememora es lo que les conviene sin tener el menor aprecio a lo que ha acontecido en nuestra Historia, que es mucho. En este sentido quizás la Historia verdadera, esa que no está en los panfletos quiera darse una vueltecita por nuestro suelo patrio y cobrar lo que se le pudiera terminar quitando.

El concepto de lo que significa España se han empeñado los políticos en sustituirlo por el de Estado Español, así catalanes y vascos estarán seguramente más cómodos. Este es un ejemplo del intento de enterrar a España en las mentes de sus habitantes. Dividir a quienes entre iguales tienen su propia identidad es empobrecer a España, a la vez que se hacen más paletos; dividir y restar no es sumar en un mundo global; todas las regiones con su peculiaridades y riquezas vertebran España y, en lo que a mi respecta, no quisiera llegar a ver que España se rompe por cualquier parte de su territorio sin que esa decisión sea una decisión colectiva de quienes ostentamos constitucional y legítimamente la soberanía.

Octubre 2021

M. Avilés – Jurista

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