Nuestra democracia tal y como lo entendemos en España es un sistema político imperfecto; la manosean una y otra vez precisamente quienes debieran velar por ella.
Los partidos políticos que son las estructuras por las que se canaliza la representación de los ciudadanos han impuesto una serie de normas que permiten ver, con absoluta claridad, que el sistema democrático en España depende del criterio de ellos, el de unos pocos, y solo de ellos que manejan la situación a su antojo, en muchas ocasiones en perjuicio de los ciudadanos a los que debieran representar, ocultando y tergiversando el verdadero fondo de lo que pretenden hacer.
Constituir gobiernos a base de alcanzar mayorías absolutas es algo lógico, es el deseo sublime del político, es puro éxtasis; así se entiende en todo el mundo. No es posible que la minoría gobierne con el poder mermado sin contar con apoyos suficientes (otra cuestión es con qué apoyos, su calidad y si cabe hasta su legitimidad).
Hoy, año 2022, gobierna en España una suerte de irresponsables con matrícula de honor, por su desconocimiento, por su falta de formación y preparación académica, por su falta de criterio, por no tener claro como gestionar los intereses de la sociedad a la que teóricamente representan, por su sectarismo y por la irrefrenable obsesión de controlar a las personas alterando su libertad en los más básicos fundamentos.
Llamarse socialista (que son quienes gobiernan en una coalición sustentada con peligroso equilibrio), después de forjar su identidad en el último cuarto del siglo XIX y principios del XX es sinónimo de catástrofe, de gasto desmesurado y de subvención frente al libre mercado que representa -según ellos- el mal absoluto. Capital y Estado monárquico debían ser derribados y sustituidos -dicen- por un “desorden social” y otro sistema político, cambio cuya responsabilidad recaía entonces sobre el proletariado o la clase desfavorecida, un camino hacía una sociedad, al parecer, sin clases, sin castas. “Se ve, se palpa en todas partes una inmensa transformación renovadora” decía Julián Besteiro.
Este teórico ejército de personas de baja condición económica y si cabe incluso moral por no excluir la violencia de sus acciones, ya no lo es tal. Igual que la televisión en blanco y negro sucumbió a la televisión en color y a las nuevas tecnologías, el pretérito concepto de proletariado fue desplazado por la clase media forjada en el tiempo producto del esfuerzo y el trabajo.
A los socialistas solo les queda que ofrecer ahora la nostalgia, la subvención y la limosna a costa de que los demás paguen cada vez más impuestos. La seguridad en el triunfo final llenó el lenguaje socialista de una redención de los más sacrificados, de los mejores activistas; de esta forma la “esclavitud” o dependencia de los capitalistas desaparecería por la acción de una emancipación ideal e inventada. “El triunfo total, yo no he de verlo”, confesaba el venerado Iglesias Posse en su debate de enero de 1912 con Canalejas. Ir a la revolución era como el tránsito pacífico, sosegado, alegre, a otra vida.
Esa clase social de “parias de la tierra” desapareció hace tiempo, entre otras consideraciones porque la educación se instaló entre las familias (que en principio no sabían leer ni escribir). El concepto de “clase explotadora” que fueron y son emprendedores identificados con el riesgo y las iniciativas para generar riqueza para todos, ha dejado de existir; hoy son personas que se arriesgan para crear empresas, normalmente pequeñas, regentadas por trabajadores autónomos, que jamás han tenido el apoyo de los gobiernos, y que a base de esfuerzo, ilusión y trabajo pretendieron y pretenden generar riqueza para todos; son empresas familiares, pequeños «empresarios» que han nacido para trabajar y emprender un camino hacia lo desconocido y por tanto de riesgo; otras personas, por el contrario, nacen con la vocación de ser mandados, de ser perfectos trabajadores dentro de un escalafón que los propios sindicatos “revolucionarios” (que no representan a nadie, ni saben lo que es el trabajo) han bendecido. De las grandes corporaciones, hoy, no hablo.
Un compañero del tipógrafo Iglesias Posse (llamado el Abuelo) escribió: “Avancemos cada día un paso, y en esta marcha vayámonos acostumbrando a los nuevos paisajes y el nuevo horizonte para no quedar deslumbrados al llegar a nuestra tierra prometida”.
Si en este año 2022 miramos a que ha quedado reducida la progresía izquierdista convendremos que aquello que se postulaba como un axioma para el avance, a lo que es la realidad del socialista, hoy nada tiene que ver. Es verdad que se han ido camuflando (no acostumbrando) a los nuevos paisajes que les brinda el poder para situarse en una posición dominante sobre el resto de los ciudadanos, pero también es verdad que precisamente ellos, (los arribistas, los trepas sin escrúpulos), son los que han llegado a su tierra prometida en la que ni con los mejores encantamientos hubieran soñado llegar.
Esta panda de farsantes y embaucadores sociales solo convencen a aquellos que, bien por su edad o bien por su desconocimiento de la realidad del siglo XXI, quieren creer que les caerá el maná del cielo en forma de paguilla de subsistencia y sumisión; esta forma archiconocida de «esclavitud», propia de la izquierda más rancia y denostada, es precisamente la que les interesa sacar a pasear a los instalados de izquierdas de hoy para forjar fidelidades.
Ya no se identifica socialismo con aquella libertad que desde los púlpitos del partido se proclamaba que pudiera alcanzarse con la violencia, término este -violencia- no pocas veces referido, si leemos la historia del socialismo que siempre ha pretendido tener como esquema ideal a la República.
Escribo este artículo el día 1 de abril, fecha en la que ocurrieron muchos acontecimientos en la historia de España. Estalló la revuelta de los Comuneros en 1520 cuando reinaba Carlos I; España acuerda en 1956 con Marruecos la transferencia al reino alauí del viejo protectorado, el territorio del Marruecos español y en 1959 se inaugura la basílica del Valle de los Caídos, pero fue precisamente un día como hoy de 1939 cuando se anunció el fin de la guerra civil española y la derrota republicana que puso fin, entre los socialistas exiliados, a una tradición que consideraba la revolución como una inevitable “necesidad histórica” para la que era preciso preparar a la clase obrera. Dirigentes destacados de la revolución de Octubre de 1934 confesaron su responsabilidad por haber tomado parte en aquellos hechos.
Los socialistas de hoy, afortunadamente, nada tienen que ver con los de entonces que eran capaces de coger las armas para defender sus ideas. Los socialistas de hoy, que al parecer al alcanzado la tierra prometida, viven instalados en el poder para intentar caminar por un sendero que la sociedad moderna ya no reconoce; los de hoy cogen el fálcon y los coches oficiales, ignorando a los suyos, y si no utilizan las instituciones para el servicio de sus intereses políticos que nunca coinciden con los de la sociedad a la que representan, todo ello a costa del contribuyente y si no utilizando la corrupción como elemento político común.
Esta nueva generación de socialistas ya no convence, tampoco afortunadamente, a la sociedad “mediocrática” que sabe, ve y padece, al igual que los demás, todos los desmanes y ocurrencias que nos hacen cada día más esclavos y cautivos en una democracia de pandereta forjada a imagen y semejanza de los intereses de una progresía de declive, pobreza y limitaciones de derechos que día a día envenena la convivencia.
Sean del color que sean es responsabilidad de todos evitar que los malos gestores sigan administrando nuestras vidas. La actividad humana no se entiende sin la política pero antes que la política, que todo lo emborrona, está la solución a los problemas de los ciudadanos, problemas que cambian todos los días, y estos desarropados que gobiernan ahora no solo no saben sino que si continúan en el poder nos llevarán a la más absoluta de las ruinas, de la que ellos, evidentemente, se salvarán.
Es cuestión de que transcurra no mucho tiempo para que, quienes “a ciegas” seguían en la ilusión socialista, vuelvan a ver lo que realmente acontece a su alrededor y no solamente eso, sino que piensen en el país y en la sociedad que queremos dejar a las nuevas generaciones que, sin duda, vivirán peor que sus padres; este retroceso se le debemos al socialismo, al comunismo y a cuantos quieren que España desaparezca, es una realidad palpable a la que no debemos estar ajenos de responsabilidad.
Mariano Avilés – Jurista
Abril 2022