16 febrero 2022

El concepto de “régimen autoritario” fue definido como “sistemas políticos con pluralismo político limitado, no responsable, carentes de ideología elaborada y directora, pero con mentalidades características, carentes de movilización política extensa e intensa.

La palabra “Régimen” ha padecido muchos vaivenes a lo largo de la historia de España. Después del desastre de 1898 apareció una especie de pesimismo que llevó a pensar que “el régimen” como sistema político no existía, que era una ficción con notas negativas entre ellas la ausencia de opinión pública, de partidos políticos y de gobierno.

Tras el arranque de la modernidad a la figura del “régimen” se fueron adaptando elementos de la tradición grecorromana y se crearon banderas, escudos o himnos y representaciones alegóricas con figuras femeninas que permitieron añadir matices y significados.

El régimen parlamentario ya tuvo su crisis cuyas causas fueron, entre otras, el apartamiento de la política de las clases sociales e intelectuales de valía, el predominio de la fiscalización sobre la acción que generaba debates sin fundamento, la corrupción electoral, la atomización de las fuerzas políticas y, por último, la gran desproporción mezclada con una falta de relación entre el régimen parlamentario como doctrina y lo que es en realidad.

En el primer tercio del siglo XX políticos e intelectuales acuñaron el término “nuevo régimen”, garante, a través de la Unión Patriótica, de “un nuevo orden de cosas concernientes a la gobernación del Estado, en una nueva vida política sin politiqueo; asistían entonces a la gestación de un régimen nuevo, basado en la separación de los órganos legislativos y ejecutivos, en la creación del Consejo del Rey, en la organización de un poder judicial independiente y en un sistema bicameral que aunara el voto corporativo y el individual.

El régimen republicano se autodefinió, gracias a los supuestos democráticos-liberales “una escuela de la civilidad moral y de abnegación pública, es decir, civismo” (Azaña); los monárquicos, por contra, identificaron al régimen republicano con la revolución y con una auténtica religión laica, basada en el racionalismo y el igualitarismo social y político.

Fue durante el franquismo cuando el concepto de régimen tuvo un mayor auge. El Estado español nacido de la guerra civil era un “régimen basado en los principios de la Revolución Nacional-Sindicalista” con una dimensión mayor que el Estado con estructuras extraestatales. La base del régimen de “caudillaje” era la legitimidad carismática de Franco y que terminó basándose en una especie de regencia entre “una Monarquía extinguida y una Monarquía por venir” subordinada a la política constituyente de tránsito gradual de una estructura orgánica a un sistema institucional con vértice monárquico, un sistema que se va abriendo a la participación política  y a las libertades públicas.

El concepto de “régimen autoritario” fue definido como “sistemas políticos con pluralismo político limitado, no responsable, carentes de ideología elaborada y directora, pero con mentalidades características, carentes de movilización política extensa e intensa, excepto en algunos momentos de su desarrollo, y en los que el líder o a veces un pequeño grupo  ejercen el poder dentro de límites formalmente mal definidos pero en realidad predecibles”.

La represión en sus múltiples manifestaciones y el miedo a las reacciones incontroladas y caprichosas del líder autoritario no están siempre carentes de ideología; el franquismo tenía como ideología la “democracia orgánica”. Los líderes más actuales que se arropan en el sistema democrático para fomentar el culto al líder no son menos represores que aquellos, bien al contrario, bajo la piel de la democracia actúan despóticamente incluso en contra de la estructura del Estado y sus instituciones, tratando de burlar modos y formas que de no ser ignorados le impedirían actuar de forma autoritaria en contra de la mayoría de ciudadanos.

“Régimen” hoy puede llegar a ser una forma de gobernar con desprecio de normas y respeto a lo instituido legalmente, actuación propia de regímenes totalitarios y comunistas. Un sistema presidencialista y basado en el culto a la persona y al ensoñamiento es hacer sucumbir del Estado frente al “régimen”.

El concepto de “régimen” pasó una etapa más neutra y a veces se ha utilizado la palabra en tono despectivo para referirse a la Constitución de 1978 como resultante de un régimen caduco. El nuevo régimen nacido de un sistema presidencialista de matices autocráticos lleva necesariamente a la minoración de los derechos democráticos reconocidos constitucionalmente y amparados en unas formas que le dan la legalidad para acto seguido fagocitarlo en beneficio de sus fines bastardos.

La apropiación indebida de derechos y de las instituciones patrimonio de los ciudadanos, reconocidos constitucionalmente, no debería ser aceptado ni amparado democráticamente; pretender el beneficio de unos pocos sin que revierta a la totalidad no es sino arrebatar para esos pocos lo que pertenece a todos. Estamos ante un nuevo régimen impuesto con artimañas y mentiras, un régimen dictatorial basado en un poder omnímodo que legalizan precisamente quienes quieren que la Constitución de 1978 quede archivada, sin valor.

Mariano Avilés- jurista

Febrero 2022   

no