
Muchos son los avatares por los que ha pasado esa franja sombreada que se sitúa debajo de la nariz que llamamos bigote o esas bandas que recorren las dos mejillas buscando la boca y que se denomina barba.
Lejos de pensar que, en ocasiones, se quería dar a entender que la persona que lo llevaba era persona de respeto, es decir, una autoridad en toda regla, se llegó a pensar que los portadores de semejante complemento facial querían esconder algún defecto en la zona del labio superior de la boca en el caso del bigote.
El bigote ha tenido y tiene muchos clichés desde el rudo guardia civil al homosexual Freddie Mercury. El bigote no pocas veces se presta a que comparen a su portador con otra persona (que naturalmente es siempre más conocida), o que sea objeto de risa; a juzgar por lo que dicen los expertos en bigotes no todos valen para todas las personas, cada tipo de bigote corresponde a un arquetipo de persona, vamos, que es intransferible.
Cuentan las crónicas, y el periodista Luis del Val, a quien le he escuchado una breve disertación cariñosa sobre el bigote de un político, que me ha animado a escribir estas palabras, que hay quienes sostienen que fue durante el imperio de Carlos V de Alemania en el siglo XVI cuando los españoles castellanizaron la voz germana “Bei Gott” que viene a significar ¡Por Dios!, para transformarla en la palabra bigote. Otros dicen que la palabra ya aparecía en el siglo XV en el diccionario de Nebrija y que en el siglo XII llamaban “bigot” a los normandos, momentos aquellos en que los británicos decían “be God” ¡Por Dios!; por tanto, no está claro quien trajo la palabra a nuestra península.
Bien distinto era el bigote que lucía Nietzsche o del que da la imagen característica a Dalí, o el bigote de Cantinflas o el de Charlot o Groucho Marx; ¡tantos y tantos bigotes pueblan la historia de la humanidad!. Nadie reconoce al personaje sin el bigote que le acompañó y sin el que no sería el mismo por haber perdido una parte, si no de su personalidad, si de su identidad; lo cierto y verdad es que los expertos en bigotes (debe haber expertos para todo) dicen que el bigote pasó de ser imprescindible a ser víctima de los tiempos e incluso de los prototipos de personas que los portaban.
El bigote se hizo acompañar de la barba y de pobladas patillas para dar más consistencia a la figura del rostro, que acariciando las dos mejillas se unía con el bigote, claro que no siempre fue así; podemos consultar fotografías de zares rusos y otras similares en las que la figura resultaba de tal mezcla que se antojaba poco amable o mejor dicho adusta hasta el punto de imaginar a un perdonavidas.
Consultando sobre tan peculiar tema encuentro una cita que enarbola el prototipo de hombre barbudo cuando asevera que “Del lado de la barba está el poder”; así explicaba en una de sus obras el gran escritor francés Moliére, que, por otra parte, no tenía barba.
Antes que Moliére, los egipcios opinaron que la barba era el signo de autoridad. La mayoría de los faraones están representados con una barba postiza. Los asirios exhibían hermosas y ensortijadas barbas, y obligaban a sus esclavos a afeitarse. En cambio los griegos y los romanos estaban afeitados: sus esclavos a menudo lucían barba y bigote. Todo, parece ser, que eran formalismos diferenciadores tanto de regiones como de clases sociales.
Desde las crónicas, Carlomagno que es el emperador de “la barba florida” a Francisco I que se dejó crecer la barba para ocultar una cicatriz; en tantos y tantos casos se sabe que la barba sirvió al fin concreto y no caprichoso que quería su portador.
Cuentan que Guillermo Duprat, (siglo XVI) que se enorgullecía de ser poseedor de una de las más hermosas barbas de Francia, fue nombrado obispo de Clermont y quiso tomar posesión de su catedral; los canónigos le prohibieron la entrada a causa de su mentón barbudo.
En fin, el largo camino de la barba fue tortuoso y, por tanto, no exento de dificultades; fue a finales del siglo XVII, el siglo XVIII completo y principios del XIX cuando la barba desapareció de la cara de los varones.
“El bigote reapareció con los húsares que mostraban unos grandes bigotes caídos. Los otros cuerpos de caballería, emocionados por estos hermosos ejemplares, reclamaron también el derecho de usar bigote”.
Desaparecida la barba solo quedó el bigote. Después de 1830, el bigote se generalizó, aunque había sectores de la población a quienes les estaba prohibido tenerlo. En Francia estalló una huelga, la de los mozos de café, que exigían el derecho de usar bigote, que hasta entonces se les había negado; finalmente el derecho de tener pelo en la cara les fue otorgado y con ello volvió la paz al sector hostelero.
Asistimos a un momento en el que tanto la barba como el bigote, o la barba junto al bigote son de libre utilización y disposición; sigue siendo verdad que las personas son otras si, habiendo llevado bigote y barba durante muchos años de su vida terminan por limpiarse la cara de pelos y mostrarse tal cual, a riesgo de no ser reconocidos por los más próximos. La historia nos enseña que la civilización humana ha tenido serias controversias en los sectores más poderosos, precisamente por esos pelos.
Mariano Avilés , jurista
Enero 2024