11 septiembre 2025

Publicado en el Semanario de la Mancha

Las estaciones de tren fueron el gran acontecimiento del siglo XIX. Aportaron historias  humanas más allá de las vías; un universo ferroviario que resultó ser algo más que una simple estadística de números.

La estación de Canfranc es un complejo ferroviario con una magnífica y señorial estructura que sigue modelos de la arquitectura francesa del siglo XIX, con hormigón, piedra, hierro y cristal con cubiertas de pizarra; ideada por el ingeniero Ramirez de Dampierre, con veintisiete vías y una extensión total de veintiuna hectáreas; consta de un edificio principal, varios muelles para transbordo de mercancías y el depósito de máquinas. El edificio es alargado, con cinco cuerpos, 241 metros de longitud, 75 puertas en cada lado y 365 ventanas. Fue una de las estaciones más grandes de Europa. En las paredes norte y sur del vestíbulo se conservan en estuco los escudos francés (lado francés) y el de la dictadura de Franco que sustituyo al que originariamente existía de la monarquía española (lado español).

Parece un palacio de cuento, se le llamó “La catedral de los Pirineos”. Los distintos espacios estaban claramente diferenciados como las aduanas, el bar, el hotel, el casino, etc. El complejo entero está formado por siete edificios  independientes con un total de 7.100 metros cuadrados. Para la construcción fueron talados dos millones y medio de pinos.

Cuando se declaró la Guerra Civil española la estación se cerró y posteriormente la Francia de De Gaulle también cerró el túnel internacional de Canfranc entre 1945 y 1949 en protesta por la ayuda de Franco a Hitler. España tenía una deuda pendiente con el Tercer Reich por el decisivo apoyo para derrocar la II República en 1939. Franco debía a Alemania trescientos setenta y ocho millones de marcos  por la Legión Cóndor y se comprometió a enviar los minerales estratégicos de los que ha he hablado para revestir el armamento. A cambio también Alemania enviaba a España víveres y oro; de las ochenta toneladas de oro que pasaron por la frontera de Canfranc doce se quedaron en España y el resto fue hacia Portugal y Sudamérica.

Le Lay, el responsable de la aduana francesa en Canfranc, llegó a la estación en 1940. Se integró en la resistencia desde su puesto de responsabilidad muy sensible y empezó a buscar colaboradores para la red de espionaje que montó en el trayecto ferroviario Madrid-Zaragoza-Canfranc-Pau. La colaboración basada en civiles muy bien escogidos eran fundamentales para que dicha red tuviera efectividad en la resistencia contra los alemanes.

Las hermanas Pardo tuvieron un papel destacado en la red de Le Lay. Una de las hermanas Pardo (el padre era el vigilante del túnel de Canfranc) estaba casada con un guardia civil de los que custodiaban los camiones suizos que llevaban el oro nazi y murió sin saber las actividades arriesgadas de Lola Pardo que llevó correspondencia clandestina desde Canfranc a Zaragoza durante los duros años de la Guerra Mundial, el secreto lo guardó  durante más de sesenta años sin que su marido tuviera la más mínima noticia; las otras dos hermanas tenían novios  en la benemérita; nadie sospechaba si las veían viajar en tren a Zaragoza porque tenían “kilométrico” de Renfe para viajar gratis. En todos los trenes viajaba una pareje de la guardia civil.

La persona que recogía los mensajes en Zaragoza (un cura militar del ejército español “Pater Planillo” vestido de uniforme) identificaba a las hermanas Pardo por los vestidos amarillos que llevaban puestos, plisados y pliegues hasta abajo. No llevaban nunca maleta; recogían lo que debían transportar escondían los paquetes en las fajas, con mensajes en inglés, francés y fotografías de lugares bombardeados  y se subían en el primer tren de la mañana a Zaragoza.

La frontera de Canfranc no daba abasto a recibir fugitivos del régimen nazi de toda Europa, en especial de Francia y Polonia, y las redes de paso clandestino de fronteras se encargaban además de entrar y sacar correspondencia de España a Francia o viceversa. Los fugitivos accedían a Canfranc por tren o atravesando la montaña para lo que se contrataban guías  por ocho mil francos (136.000 pesetas). Las condiciones metereológicas encarecían el precio de los guías franceses (el salario medio en España rondaba las 250 pesetas).

Las normas en la estación de Canfranc eran estrictas y dificultaban la escapada. Si los viajeros no conseguían un billete en el coche cama wagon-lits con el que iban a Madrid se les devolvía a Francia y no se les permitía hacer noche (de forma legal) en las fondas de la estación. Los testigos de lo acontecido contaron imágenes que nunca pudieron olvidar; imágenes de angustia de los pasajeros buscando el billete que les garantizaba la vida. Subirse al tren de la libertad era la meta; muchos sacaban dinero y empezaban a ponerlo encima de la taquilla (aún se conservan esas taquillas sobre las que los fugitivos ahogaban esperanzas y penalidades), y sacaban y sacaban dinero hasta que les decían ¡basta!.

El complejo ferroviario comenzó a ser testigo de un verdadero éxodo. Cientos de personas llegaban huyendo del nazismo y el agente de aduanas francés Albert Le Lay, que introdujo la primera radio espía, les daba cobijo, esto sucedió hasta septiembre de 1943 cuando tuvo que huir al ser descubierto, en la huida contó con la ayuda de Mariano Aso y la embajada inglesa porque la embajada francesa no quiso ampararle.

La biografía de Albert Le Lay es impresionante por lo que comporta de actitud humana frente al pánico y ganas de sobrevivir de tantas personas de toda condición; Le Lay no podía ver una desgracia sin ayudar; la casa del responsable de la aduana estaba abierta para todo aquel que lo necesitaba. Tenía pactada una habitación, siempre disponible en la Fonda Marraco para los fugitivos que enviaba Le Lay para que pasaran la noche. Le Lay con su disposición activa salvó miles de vidas. Curiosamente en la Fonda Marraco se reunían prófugos y espías como sucediera en la película Casablanca.

Era una persona respetada, fuerte, alto y elegante, vestía trajes bien cortados y solía utilizar sombrero; su forma de comportarse facilitó su actuación y crédito en su palabra en el papel activo de la redes de espionaje orquestadas por la Resistencia francesa.

 No resulta difícil pensar en las tensiones que se producían en el terreno de la estación y aledaños con infinidad de perseguidos que llegaban, con una Gestapo por todas partes y con las fuerzas de ocupación alemanas esperando los trenes; un cuadro de auténtico terror. El control de aduanas lo hacían oficiales de las SS y de la Gestapo que residían en el hotel de la estación.

Todos los integrantes de la red de espionaje solían llevar una pastilla de cianuro pegada en el cuello de la camisa para tomarla en caso de detención por los alemanes y así evitar la tortura.

Le Lay regresó a Canfranc en 1945 y se marchó en 1957. Al final fue propuesto por sus servicios y heroicidades para altos cargos que no aceptó, no obstante el 13/2/1947 el embajador norteamericano en Francia impuso a Le Lay la Medalla de Plata de la Libertad de EEUU por “acciones de mérito excepcional “ de ayuda a los EEUU contra Hitler en su función de jefe de la Aduana francesa en Canfranc, también fue condecorado con la medalla de la Legión de Honor Francesa  y la medalla de la Resistencia Francesa. Contaba su viuda, en los testimonios recogidos, la infinidad de cartas de agradecimiento que se recibieron de las personas anónimas a las que ayudó a salvar la vida de forma desinteresada, con grave riesgo para la suya y de su familia.

El otro agente de aduanas en la estación por el lado español fue Mariano Aso que despachó buena parte del oro nazi, el wolframio de Asturias, el hierro de Teruel, minerales estratégicos que España enviaba a Alemania.

Cuando Le Lay,, acompañado de su mujer y una hija, emprendieron la huida con la ayuda de Mariano Aso, antes de cruzar el puente sobre el río Aragón se detuvo un instante, y a pesar de la cantidad infinita de veces que había contemplado el inmenso edificio de la estación, nunca dejó de maravillarle su grandiosidad y su historia. La imponente cúpula de pizarra, con el edificio de tres alturas, a derecha e izquierda del vestíbulo con más de cien metros a cada lado le hizo imposible sentir indiferencia ante tamaño conjunto arquitectónico.

Estos templos compartidos por las personas que son las estaciones de tren hablan de historias bellas, también terribles como la descrita de Canfranc, son puertas a lo desconocido y son lugares de encuentro; símbolos de esperanza para muchos y de recuerdos acumulados en los caminos de la vida. Así es también mi estación, la de Alcázar de San Juan, punto de tantas partidas y llegadas que envuelven éxitos y esperanzas. La de Canfranc además de ser la estación de los espías fue el punto de partida para tantos miles de ciudadanos anónimos que huían del terror nazi y que gracias a la generosidad y arrojo de personas como Albert Le Lay no solamente les salvo la vida sino que derrotaron a los nazis.

Mariano Avilés Muñoz  – Junio 2025

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